Todo este monocultivo lo permite y estimula el ego desmedido del “artista plástico”, quien muy suelto de cuerpo se transforma en un lameculos lamentable con tal de que la curadora de turno le permita exponer su obra en el espacio mongo, o que el crítico del momento le saque tres renglones en la nota que nadie leerá salvo él y su mamá.
20.12.10
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