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5.10.10

Alberto Burnichón


Corrían los años 70, yo exponía mis dibujos en una galería en Mendoza cuando un día apareció una persona que quería conocerme, se llamaba Alberto Burnichón, gastaba algunas décadas mas que yo, usaba una barba candado, el pelo ensortijado y canoso, siempre colgaba de su cuello una cámara fotográfica y llevaba un portafolio negro cargado de libros.

 Fue así como lo conocí y en el transcurso de algunos años nos hicimos amigos. Cuando pasaba por Mendoza me visitaba, en aquella época mi estudio y casa estaban  en el centro de la ciudad,  era un lugar muy visitado, allí crecían mis hijos Matías y Florencia, y siempre había reuniones estudiantiles, queríamos cambiar el mundo, (hace poco alguien me preguntó para qué  queríamos cambiarlo si estaba tan bien como estaba.)

 Burnichón era oriundo de Córdoba y recorría el país vendiendo libros, alguna vez me contó que su vocación  fue el teatro, tenía algo artístico que lo expresaba en su vida, en sus amigos artistas  y en la edición de unas pequeñas carpetas con dibujos y poemas de jóvenes que recién comenzábamos a romper el cascaron: el Crist, el negro Fontanarrosa, Federico Aymá, Peiteado, a todos ellos los editaba en esas singulares carpetas, “burnichetas” las bautizó Crist a quién publicó una muy original impresa en servilletas de papel.
Mientras tanto el país entraba en un cono de sombras cada día más denso, había aparecido una siniestra organización de asesinos llamada triple A, grupos paramilitares que perpetraban  atentados a diario. La sangre comenzaba a correr.

Recuerdo que  un día lo acompañé a San Rafael en su furgóneta citroen, al cuál Fontanarrosa llamaba “el bólido de acero y lona”, ese viaje  fue inolvidable, nunca imaginé que alguien condujera tan mal y a tan alta velocidad, íbamos a la casa del Ciro Bustos, un pintor que había estado con el Che en Bolivia.

 Cuando llegamos la mujer de Bustos nos mostró una carta de las tres A donde lo amenazaban de muerte, por lo tanto se había escondido (entró en la clandestinidad se decía en esos días). Al anochecer y en una calle suburbana  donde aguardábamos con Burnichón vimos aparecer una figura alta al mejor estilo milico, era el legendario Ciro Bustos, recuerdo que nos pidió que  retiráramos unos cuadros de su estudio y los lleváramos a Mendoza a un lugar seguro.

Burnichón ponía fervor en esas plaquetas que elaboraba con empeño y repartía gratuitamente entre sus conocidos, siempre traía algo impreso de un poeta salteño o de un dibujante tucumano o santafecino que no conocíamos. Fue así que realizó una con mis dibujos a la que llamamos Los infiltrados (esta era otra palabra muy en boga en esos días.)
El 24 de marzo del 76 un grupo comando de la policía fue a buscarlo a su casa en las sierras de Córdoba. Se lo llevaron en un falcon verde, lo asesinaron y dejaron el cadaver abandonado en un pozo en el campo.
Se llamó Alberto Burnichón, un tipo valioso que los chacales no pudieron extirpar de nuestra memoria.