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23.10.14
29.10.13
LEONARD COHEN


23.9.13
19.9.13
DEBEMOS CONSEGUIR
Debemos
conseguir que el texto que leemos
nos lea.
Debemos
conseguir que la música que escuchamos
nos oiga.
Debemos
conseguir que aquello que amamos
parezca por lo menos amarnos.
Es preciso
demoler la ilusión
de una
realidad con un solo sentido.
Es necesario
por ahora
que cada
cosa tenga por lo menos dos,
aunque en
el fondo sepamos
que si algo no tiene todos los sentidos
no tiene ninguno.
Debemos
conseguir que la rosa
que acabamos
de crear al mirarla
nos cree a
su vez.
Y lograr
que luego
engendre de nuevo al infinito
Roberto
Juarroz


22.11.11
El doble
![]() |
Luis Scafati- Laberinto- tinta y acuarela sobre papel |
Iba muy deprisa. Me habían citado.
Un desconocido me detuvo y me dijo…
No recuerdo que dijo, ante mí, apresurado,
aquel hombre sonriente, gordo, rubio, un tanto
calvo.
Yo quería acabar. Me habían citado.
Y él me hablaba de cosas que sólo a él le importaban
y que no sé por qué me estaba a mi contando.
Yo le dije: “Perdón. Tengo un poco de prisa”.
Y le tendí la mano. Y el la retuvo un poco.
Y entonces me di cuenta- gordo, rubio, un tanto
calvo-
que estaba ante mi mismo sin espejos.
Pues yo creía que iba, pero estaba volviendo.
Los espejos transparentes
Editorial Losada


16.11.11
El gran orinador
El gran orinador era amarillo
y el chorro que cayó
era una lluvia color de bronce
sobre las cúpulas de las iglesias,
sobre los techos de los automóviles,
sobre las fábricas y los cementerios,
sobre la multitud y sus jardines.
Quién era, dónde estaba?
Era una densidad, líquido espeso
lo que caía
como desde un caballo
y asustados transeúntes
sin paraguas
buscaban hacia el cielo,
mientras las avenidas se anegaban
y por debajo de las puertas
entraban los orines incansables
que iban llenando acequias, corrompiendo
pisos de mármol, alfombras,
escaleras.
Nada se divisaba. Dónde
estaba el peligro?
Qué iba a pasar en el mundo?
El gran orinador, desde su altura
callaba y orinaba.
Qué quiere decir esto?
Yo soy un simple y pálido poeta
y no he venido a descifrar enigmas,
ni a proponer paraguas especiales.
Hasta luego! Saludo y me retiro
a un país donde no me hagan preguntas.


7.11.11
El poeta standard
El poeta pequeño
se despierta en estado de alerta:
las palabras que amontonó en la noche
se le hacen imposible de retener
y corre a sentarse a la mesa al amanecer.
Así que a lo largo del día
suelta incesantes imágenes continuas,
olvida el desayuno
y otras necesidades menores del destino.
En resumen, un frenesí creador
pero de resultado artístico dudoso.
¿Pero quién podría decirlo, diseñar lo perdurable,
medir la exacta distancia
entre el entusiasmo y su obra?
¿Por qué el día habría de quedar perdido?
Lo que importa es poner huevos
no en eternidad sino en el tiempo:
allí donde los errores, rotas las cáscaras,
deben rendir cuentas a la luz.
Joaquin O. Giannuzzi
Un arte callado
Ediciones del Dock
se despierta en estado de alerta:
las palabras que amontonó en la noche
se le hacen imposible de retener
y corre a sentarse a la mesa al amanecer.
Así que a lo largo del día
suelta incesantes imágenes continuas,
olvida el desayuno
y otras necesidades menores del destino.
En resumen, un frenesí creador
pero de resultado artístico dudoso.
¿Pero quién podría decirlo, diseñar lo perdurable,
medir la exacta distancia
entre el entusiasmo y su obra?
¿Por qué el día habría de quedar perdido?
Lo que importa es poner huevos
no en eternidad sino en el tiempo:
allí donde los errores, rotas las cáscaras,
deben rendir cuentas a la luz.
Joaquin O. Giannuzzi
Un arte callado
Ediciones del Dock


26.9.11
Poética
La poesía no nace. Está allí, al alcance de toda boca para ser doblada, repetida, citada total y textualmente. Usted, al despertarse esta mañana, vio cosas, aquí y allá, objetos por ejemplo. Sobre su mesa de luz digamos que vio una lámpara, una radio portátil, una taza azul. Vio cada cosa solitaria y vio su conjunto. Todo eso ya tenía nombre. Lo hubiera escrito así. ¿Necesitaba otro lenguaje, otra mano, otro par de ojos, otra flauta? No agregue. No distorsione. No cambie la música de lugar. Poesía es lo que se está viendo.
Señales de una causa personal, 1977


17.9.11
La llamada
La llamada
Le llamaron, y fue.
En la primera puerta, no le reconocieron.
Mató al guardián.
En la segunda puerta, no había guardián.
Tampoco en la tercera.
Y entonces, perdido, empezó a sentir miedo.
En la cuarta puerta, se encontró con su amante.
No hubo dificultades.
En la quinta puerta, tuvo que escoger
pues le proponían tres.
Escogió 5-6-B, por suerte la correcta.
El guardián le acogió con el mayor respeto.
En la séptima, el guardián, tras de darle un refresco,
le abrió, de par, las puertas de lo que iba buscando.
Pero en el gran salón, no estaba el que buscaba.
Y él nunca se atrevió a volver por las puertas
que ya había pasado.
Y se quedó esperando, dudando entre las luces
de los grandes candelabros.
Estaba medio loco.
Se le había olvidado que aún faltaba otra puerta:
Aquella, tras la cual, tampoco espera nadie,
pero se ve, sentado , de frente, un hombre muerto:
la salida cero. O el perpetuo comienzo.
Le detuvieron, claro.
Y, encerrado en su celda,
pensaba que el Gran Jefe quizá fuera
aquel guardián que mató junto a la primera puerta.
Los espejos transparentes
Editorial Losada


18.8.11
El condenado
El condenado
Como siempre, lo traga la tumba
provisoria del subterraneo. Por el momento
habrá algo allá abajo y la escalera
desciende, húmeda, cada mañana otoñal.
Es la hora en que la vida
ofrece un orden represivo
contra este empleado del planeta: un soldado desconocido
a quien uno de los señores de Kafka
espera detrás de una puerta
relucientes los caninos en el rostro afeitado.
Ahora desciende, ignora su propia condena
y ha renunciado a conocer al juez
muriendo antes de morir.
Joaquin O. Giannuzzi
Un arte callado- ediciones del Dock


13.7.11
9.7.10
25.6.10
Cosas que te pasan si estas muerto
Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido.
Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de nos se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira - esas humillaciones- ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse.
La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡ Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!...
Oliverio Girondo
Espantapájaros (al alcance de todos)

Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de nos se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira - esas humillaciones- ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse.
La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡ Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!...
Oliverio Girondo
Espantapájaros (al alcance de todos)



29.3.10
18.1.10
31.12.09


23.12.09
El sueño


2.12.09
10.11.09
31.10.09
Apunte callejero


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