En el Panteón y en Piazza Vittorio los embajadores son recibidos por los terráqueos con un entusiasmo mezclado con miedo. La voz se esparce, llegan los gatos de los barrios del centro, después los de la periferia; todos, una larga columna de colas brillantes, van por la Colón hacia Castillo Fusano, indiferentes al frío, ágiles y nocturnos, machos y hembras. Las calles están todavía desiertas; nadie los ve pasar, guiados por los extraterrestres cuyas cabezas grises y soberbias resaltan en la dócil multitud maravillada.
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