Su nombre era Katsushika Hokusai había nacido en los barrios bajos de Tokio en el seno de una familia pobre. Se cree que su padre hacía espejos e hizo aprender al muchacho el arte de grabar los espejos metálicos.
Solo vivimos para el instante en que admiramos el esplendor del claro de luna, la nieve, la flor del cerezo y las hojas multicolores del arce. Gozamos del día excitados por el vino, sin que nos desilusione la pobreza mirándonos fijamente a los ojos. Nos dejamos llevar- como una calabaza arrastrada por la corriente del río- sin perder el ánimo ni por un instante, esto es lo que se llama el mundo que fluye, el mundo pasajero.