Soy del bando de los gatos.
Entendiendo que la humanidad se divide en
perros y gatos.
A los perros los veo como un subproducto,
un apéndice, una caricatura en cuatro patas de la psicología humana.
No me simpatiza esa tan alabada
“fidelidad”. Esas historias de perritos obsecuentes que después de muerto el
amo se quedan junto a su tumba esperando el final me parecen patéticas.
Los gatos son libres, nos enseñan a vivir,
a relajarnos, a disfrutar el instante presente.
Pero
no quiero entrar en polémicas absurdas.
Ya tuve mi parte. Cuando hace años en la
revista Humor, Aquiles Fabregat escribió una nota sobre los dogos, un aluvión
de cartas nos quisieron sepultar.
Los
criadores de dogos indignados, no entendían como la revista Humor, tan seria, publicaba
una nota tan descalificadora a la raza
en cuestión y a sus inventores, ilustrada por un “pintamonas de tan baja
estofa”, que no era otro que quien suscribe.
Nunca me había pasado que un dibujo
generara tanta indignación, me costó entender tamaña reacción generada por unas
líneas trazadas con tinta sobre un papel blanco.
Hoy, ya viejo artista, estoy vacunado, así
como halagos y masajes al ego, recibo mis buenos garrotazos, es parte de la
religión, me digo mirando un gato blanco que se estira en mi mesa de trabajo.
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