En esta época en que todo te lo dan hecho
(hasta las ideas), alguien que fabrica la mesa dónde come o la pintura con que
expresa algo que lo conmueve, es un naufrago de otro tiempo.
Cuando camino entre las góndolas del Easy y
veo todas las “soluciones” de plástico que me ofrecen o en un restaurante la
variedad de platos elaborados al alcance de mi tarjeta de crédito, no puedo
dejar de evocar aquellos lejanos días en que con algunos congéneres salíamos,
con flechas talladas una por una con
nuestras manos, a cazar un bisonte para
saciar el hambre de semanas de ayuno.
Cuando mis amigos despliegan un muestrario
de chirimbolos (celulares, ipod, notebook, etc.) que la tecnología de punta
renueva cada cinco minutos, los miro con los ojos asombrados con que los
aborígenes miraban espejitos de colores.
Esta suma de sucesos, suceden al borde de
mi inocencia perdida, encerrado en mi refugio de piedra, mientras afuera
llueve.
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