Es algo muy simple, en una sartén ponía un puñado de harina común, unas cucharadas de azúcar, fuego medio y con una cuchara de madera revolvía.
Lentamente la harina se tostaba, es importante no dejar de revolver, hasta tomar un tono sepia, como la arena, después lo distribuía en trozos de papel y dejaba enfriar.
Cuando estaba tibio cada uno tenía su porción. Mis tres hermanos y yo disfrutábamos esas tardes invernales de harina tostada, aunque siempre alguno hacía la broma de soplar la porción del vecino.
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