Mi primer trabajo fue de aprendiz en una agencia de
publicidad, merodeaba los diecisiete, no
me pagaban un peso, transcurría mi mañana dibujando letras (todavía no llegaba el Letraset) no
tenía derecho a sentarme, pagaba el
“derecho de piso”.
A los veinte y monedas entré a trabajar en un banco
.Gracias a la gestión de una querida tía, ya que mi examen
no alcanzó a cubrir el número de palabras por minuto exigidas en la máquina.
A las 7 de la mañana marcaba tarjeta y hasta las dos de la
tarde estaba prisionero.
Una pesadilla que vivía con resignación. Esto es “trabajar”,
me repetía como un mantra, la idea bíblica de “ganarás el pan con el sudor de
tu frente”.
Por supuesto encontré algunos inadaptados semejantes con
quienes inmediatamente confraternizamos, nos reíamos (por no llorar) de todo el
mundo. Gerentes, Jefes de sección, Firmas autorizadas, eran el blanco de
nuestras pullas, befas y mofas.
Esporádicamente aparecía un personaje que nos rescataba de
la rutina, un señor mayor con un bastón y con una capa llena de medallas, decía
ser “El rey de España”, traía una cantidad de papeles absurdos que
inmediatamente sellábamos y firmábamos para luego mandarlo a otro banco de la
zona a seguir estos trámites.
Mi tarea era contar números de lotería. Sobre mi escritorio tenía, como un
castigo, varias pilas de esos papelitos que seguramente fueron el sueño de
alguien, miles por día, que anotaba en absurdas planillas.
Una mañana en un acto de rebelión, aprovechando la ausencia
del jefe de sección, tiré un esponjero donde nos humedecíamos el dedo para
contar, voló por los aires hasta dar en uno de los tubos fluorescentes que nos
iluminaban y lo estrelló en mil pedazos. Inmediatamente limpiamos las pruebas
del desborde, minutos después el jefe
caminaba entre los escritorios tratando de indagar que descalabro había ocurrido
en su ausencia.
Esta mazmorra duró dos años, hasta que un día supimos que
esperábamos un hijo. Él fue el mejor argumento para dejar esa vida “asegurada”.
Hoy son mis hijos quienes a veces me recuerdan que trabajé
solo dos años en mi vida.
Y puede que tengan razón, porque todos los dibujos,
pinturas, grabados, esculturas que después hice y hago, las publicaciones,
ilustraciones, exposiciones, todas las horas invertidas en esto, son solo una
excusa para no tener que trabajar.
1 comentario:
Qué linda historia.
Es lo primero que elegí leer sobre vos. Hoy nos dieron tu nombre, entre otros, en un taller de ilustración, para conocer otros artistas y ver diversidad de técnicas y estilos. No te conocía.
Estoy aprendiendo, pero ojalá pudiera pensar que dibujar hará que no trabaje más donde trabajo. Odio no poder hacer lo que me gusta por tener que trabajar. Me saca tiempo y energía, algo así como la prisión y mazmorra de la que hablás.
Me gustó la historia... Ahora navegaré por tus imagenes y tu trabajo!
Mucho gusto!
Dolores.
Publicar un comentario