Antes de
suicidarse el tío Antonio dejó una grabación en un sobre marrón.
En ella, según
explicaba sucintamente en el sobre de papel madera escrito con marcador verde,
hacía un reparto detallado de todos sus bienes, una fortuna considerable.
Cuatro días
después del velorio la familia se reunió para ver el video en casa de una de las hijas.
Allí estaban
todos: la viuda, sus cuatro hijas y los yernos, dos hermanos, el cuñado, una
prima lejana que acariciaba la esperanza secreta de ligar algo, y dos nietos
que creían que verían un video de los Simpson.
Ni bien
apareció en la pantalla la imagen del difunto, la viuda y las hijas no pudieron
contener el llanto, hubo que poner pausa y calmarlas.
Una vez calmadas,
apretaron nuevamente play y apareció la imagen adusta del tío Antonio,
meticulosamente peinado, con su mejor traje negro y corbata azul, sentado junto
a la mesita del living y mirando la cámara que seguramente había colocado en el
aparador.
Miró como si los estuviera viendo y comenzó a
hablar.
-
Levantá
el volumen nena que no escucho nada.- dijo la viuda en un suspiro.
-
Esto
no funciona – dijo Elenita mientras apretaba el botón del volumen.
-
Siempre
la misma inútil- sentenció el marido mientras le sacaba el control remoto y
comenzaba a manipularlo.
Desde la
pantalla el tío Antonio gesticulaba, seguramente realizaba una enumeración
porque había tomado el dedo índice de su mano izquierda entre los dedos índice
y pulgar de la derecha y los movía como si quisiera arrancar el dedo de la
izquierda.
-
¡Que
porción de boludo! No grabó la voz…- dijo
el hermano mirando al cielorraso.
-
Es
que Antonio era muy despistado, más con estos aparatos modernos…-
justificaba la prima.
-
No
entiendo como no escribió una carta como hace todo el mundo que se suicida,
¡que desgraciado!...¡Es para matarlo!- afirmaba la viuda fuera de sí.
-
Miguelito
sabe una bocha de estos aparatos, ¿quieren que lo llame?- propuso el cuñado
-
Ma
que Miguelito ni Miguelito, si no grabó la voz no la grabó, lo hizo sin sonido,
cine mudo ¿capische?. Furibundo espetó
el hermano.
-
¡Ya
lo tengo!- dijo Mariela la menor – llamemos a la peluquera que es sordomuda y
te lee los labios a la perfección.
La
peluquera era una señora delgada y nerviosa, con cara de gallina, había
ensayado en su testa una variedad de peinados y colores. Hablaba con una voz
destemplada que recordaba a un silbato.
Mariela
la trajo la tarde siguiente, todos nuevamente reunidos frente al televisor la miraban con devoción.
Leyó
los labios del finado en su largo
discurso póstumo. Elenita anotaba todo en un cuaderno Rivadavia a rayas:
“…la casa quinta para Silvita, la camioneta para mi hermano José, el depto en
Pinamar para Marielita, la casa de Palermo para Elena, para vos Sara esta casa
y las finca en Mendoza, para…”
Una
vez que la peluquera terminó su trabajo
de lectora de labios, nadie dijo una
palabra, entonces saludó respetuosamente a todos y se retiró.
Cuando
se cerró la puerta tras la peluquera el silencio era una sustancia densa y
pringosa.
Elena
con vos tímida, apenas perceptible empezó a ensayar una frase
-No
lo tomen a mal, pero… que se yo…y si hacemos otra consulta.-dijo-no sé, no es
que desconfíe pero…no nos vamos a pelear por plata…somos familia…
-Yo
siempre le decía cuando hablaba- rememoró
la viuda- sacate la papa de la boca Tonio…no se tentiende nada no se tentiende.
Finalmente
decidieron hacer otra consulta, esta vez recurrieron a un profesional, un fonoaudiólogo,
experto en lectura de labios. Un hombre
bajito que lucía una corbata celeste rabiosa. Una dentadura inmaculada más
grande que su boca parecía sonreír constantemente.
Otra
vez la misma reunión frente al televisor. Otra vez el cuaderno a rayas y
Elenita anotando. Todos observaban los labios del tío Antonio en la pantalla
como quién intenta descifrar un jeroglífico.
Han
transcurrido doce años desde la primera reunión con la peluquera sordomuda. El
tiempo vuela.
Hoy hay alrededor de setenta y tres versiones
distintas del discurso póstumo del tío.
Casi
todos los miembros de la familia se han distanciado por esas interpretaciones
dispares, muchas antagónicas.
Juicios,
apelaciones y sentencias van sumando hojas a esta historia.
Los
abogados de cada uno rescatan partes del botín que por supuesto queda atascado
en sus propios bolsillos.
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