“Se movió, así no estaba, ese brazo mas arriba…” eran las excusas para justificar los adefesios que perpetrábamos.
En los recreos ella se cubría con una bata y paseaba entre los tableros mirando las “obras maestras” que inspiraba su cuerpo.
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Solo vivimos para el instante en que admiramos el esplendor del claro de luna, la nieve, la flor del cerezo y las hojas multicolores del arce. Gozamos del día excitados por el vino, sin que nos desilusione la pobreza mirándonos fijamente a los ojos. Nos dejamos llevar- como una calabaza arrastrada por la corriente del río- sin perder el ánimo ni por un instante, esto es lo que se llama el mundo que fluye, el mundo pasajero.
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