Sin embargo, canchero y sin cabrearse,
Le dijo al tiburón: “Puede rajarse;
El choma no es culpable en estos casos”.
Al quedarse bien solo con la mina,
Buscó las alpargatas y, ya listo,
Murmuró, cual si nada hubiera visto:
“Cebame un par de mates, Catalina”.
La grela, jaboneada le hizo caso.
El tipo, saboreándose un buen faso,
La mateó, chamuyando de pavadas…
Y luego, besuqueándole la frente,
Con toda educación, amablemente,
Le fajó treinta y cuatro puñaladas.
Juan Bautista Devoto
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