Nos conocimos empezando los ochenta, dibujábamos en la
revista El Péndulo. De vez en cuando nos cruzábamos en la redacción, en
aquellos días había que llevar los dibujos a la editorial y las personas eran
de carne y hueso.
Con el tiempo me maravilló lo que hacía con las acuarelas,
técnica compleja aunque no lo parezca, Carlos era un maestro.
Nunca dejó de sorprenderme. Hicimos una muestra juntos de la
cuál esta foto es un testimonio, me acompañó en la presentación de mi libro
“Cadáver exquisito”, dimos algunas charlas dónde no pudimos dejar de polemizar,
cambiamos dibujos, este pastel es uno que guardo con celo, nos hicieron un
homenaje junto a José Muñóz en el Centro Cultural Kirchner, compartimos algún
buen malbec, hablamos mucho sobre lo que hacíamos y esas cosas.
La semana pasada estuve por llamarlo, no lo hice, siempre
hay razones, mientras estamos vivos somos inmortales. Ayer me avisó Juan
Sasturain que ese mediodía Carlos había partido.
Anoche soñé que nos
encontrábamos en un tranvía, que era también su casa-taller, y que el manejaba
con cierta pericia a gran velocidad.
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