Conocí al negro Fontanarrosa en Córdoba.
En
aquellos días, comienzos de los setenta, dibujábamos en la revista Hortensia.
Cuando yo viajaba esporádicamente a la
docta a llevar mis dibujos, me hospedaba en lo de Crist, fue él quien me
presentó a su amigo rosarino.
Fon era un tipo parco, contrastaba
notablemente con su amigo que era un showman innato.
Compartíamos
vinos y guitarras en la peña del Cascote (la única peña que se barría pa dentro
afirmaba su dueño, porque tenía un agujero en el piso), también largas charlas
sobre historieta, literatura, dibujo.
Lo recuerdo siempre en un Citroen, el bólido
de acero y lona, le decía Crist. Muchos años después nos encontramos en
Rosario, íbamos en el Citroen, le pregunté si era el mismo que había conocido
años atrás, si, me dijo, aunque le fui cambiando tantas piezas que ahora debe
ser otro.
Siempre admiré su capacidad de laburo, su método
riguroso, su disciplina, su mirada incisiva sobre cualquier hecho.
Todavía festejo sus creaciones, el Inodoro
Pereyra, el Boogie, o tantos cuentos que escribió.
Pienso que somos algo así como
constelaciones, que a pesar de ya no estar en este mundo, quedan las huellas
que supimos dejar, asteroides y satélites que muy lentamente se irán
extinguiendo.
Cuando nos conocimos no existían Internet, ni los mails, razón por
la cuál pude guardar esta carta que hoy mientras ordenaba una parte de la biblioteca apareció y abrió la puerta
de ese lugar llamado memoria.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario