Mis modelos están en la calle, habitan mi
memoria.
Los
encuentro sentados en el subte, o en un bar, en el reflejo de un espejo, pasan
raudamente por la vereda, ellos no saben que los observo con ojo de dibujante.
El arte griego buscaba un ejemplar
perfecto, una suma de formas armónicas; Leonardo aconsejaba prestar atención a lo que
uno dibujaba porque la tendencia es autorretratarnos.
El modelo clásico era una figura de ocho
cabezas de alto, siete y media si buscabas acercarte mas a lo real. Entre ojo y
ojo un ojo, el pubis cae en la cuarta cabeza.
Pero en la calle estas reglas no existen.
Nadie es perfecto. Hay petisos, gordos,
jorobados, culos bellísimos, panzas extraordinarias, ojos extraviados, narices
que simulan una berenjena, pieles blancas como la cera…
A veces siento que estamos mas cerca de la
caricatura que de esos ejemplares que solo viven en los avisos publicitarios.
Probablemente por eso me fascinaba el
circo, ese lugar donde todo era posible, el circo es una metáfora de esto que llamamos
realidad.
Hoy mis circos los encuentro a la
intemperie, no juzgo ni me burlo, solo observo con la voracidad con que mira un
dibujante.