Lacan dijo alguna vez que uno puede saber lo
que dice pero no lo que el otro escuchó.
Esto me ocurre con frecuencia cuando
expongo alguna idea o reflexión.
Me cuesta entender el ánimo beligerante de algunos, como si habláramos
lenguas distintas, todo se resuelve en
un gano o pierdo.
Tal vez el punto de partida sea una mirada
futbolera (en una época en que ese deporte es la religión del planeta) todo se
define en ganar o perder.
Puedo comprobarlo cuando escribo alguna especulación con un matiz
político. Algunos carenciados de
argumentos, recurren a agravios o etiquetas fáciles.
Tener la razón es casi tan imperativo como
respirar.
Los rótulos no dejan de asombrarme, si hay algo que me
cuesta saber es, quien soy.
¿Quien
soy?, es una incógnita difícil de develar.
Como bien decía Oscar Wilde “ya no soy tan
joven como para saberlo todo”.
Sin embargo, con ligereza, casi sin pensarlo,
en dos segundos te cuelgan la etiqueta que se les ocurre: comunista, monto,
anarco, facho, antisemita, trosko,
populista, sexòpata, posmo, ochentoso, setentista etc etc
Con los años arribo a la conclusión que tal
vez soy un conglomerado de ideas, humores, sentimientos, un microcosmos en
perpetuo movimiento..
Por supuesto que no ignoro el tiempo que
me circunda y se de las usinas del descontento, todos los días y en cada
noticia te filtran miedo y desconsuelo, desparraman
confusión, quieren crear otra Babel, se olvidan de una cosa… no son dioses.
1 comentario:
Lo parió...Acierto de Lacán.
Stuart Hall dice que hay un afuera constitutivo, no una sustancia de identidad. Se es de acurdo al contexto... se está siendo.
Lo de los rótulos es un problema de los rotuladores.
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