En cambio me atraía con un poder
irresistible la limpia vulgaridad americana. Y como también tenía necesidad de
darle una explicación, me empeñaba en ver en esa tendencia a “pintar bonito” y
a endulzar la realidad de nuestra vida terrenal algo así como una recuperación
enmascarada del clasicismo griego. Lo que se idealizaba era casi siempre el
mundo con que soñaba el hombre medio, el hombre de la calle. Los dioses habían
bajado del Olimpo, se paseaban durante el día en traje de tweed y se ponían un
frac por la noche. Los sucesos más importantes de la historia tenían lugar en
los famosos establecimientos nocturnos, no demasiado baratos, acompañados por
la música de una orquesta de swing. Incluso los anuncios llevaban un poco de aquel almíbar griego repartido por
encima. En el fondo, esas grandes revistas ricamente ilustradas no eran más que
libros de cuentos; representaban los sueños de unos diminutos pobladores de la
tierra, en el fondo más bien feúchos, que padecen de mala digestión, dolencias
cardíacas, cáncer de hígado, alcoholismo incurable, que soportan matrimonios
desgraciados y abortos clandestinos. Desde luego, los malos sueños jamás eran
plasmados en forma presentable. ¡Todo parecía salir de una limpia caja de
juguetes, a veces hasta parecían juguetes esterilizados en un laboratorio!
(…) Como es lógico, sabía que aquel limpio
mundo de la clase media no existía más que en la fantasía de los señores y
señoras que a través de esas revistas ayudaban a vender una inmensa cantidad de
mercancías, casi todas producidas con máquinas modernas. Y no obstante ,
aquella mentira me resultaba más simpática que la verdad, y en el fondo
anhelaba también aquel mundo de cuento de hadas que se expresaba en las imágenes,
aquella gente recién lavada y afeitada que nos sonreía desde nuestros sueños.
George Grosz
Un sí menor y un NO mayor
Anaya & Mario Muchnil Ed.
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