Hace cuarenta años que vivo en Buenos Aires y
cada vez que veo el obelisco, no dejo de observarlo intensamente, buscando un
nuevo enfoque, descubrir un ángulo desde dónde registrarlo en mi memoria.
Ese modesto símbolo fálico, erecto en el cruce
de varias avenidas es parte de la imaginería
de muchos argentinos.
Incontables veces lo dibujé, porque cuando lo
hago, no hay duda que ese lugar es Buenos Aires.
Para
muchos, el obelisco es el centro del país. Argentina gira alrededor de él.
Para otros, más excesivos, por ese lugar pasa el eje alrededor del cual gira todo el
sistema solar.
Mientras tanto, lo sigo dibujando, de
diferentes maneras, con la paciencia de un monje zen, cada día lo veo perder
altura, se va empequeñeciendo, pienso que en un par de siglos será apenas un
recuerdo en fotos y dibujos que el tiempo destiñe inexorablemente.