José Solanille tiene 83 años, un humilde peón
rural que vivió con su mujer e hijos a
500 metros del centro clandestino de detención cordobés conocido como La Perla.
Año 1976, dictadura de Videla, desde su
casa escuchaba los aullidos de los detenidos torturados.
A continuación transcribo parte de su
testimonio que el año pasado condenó al genocida Luciano Benjamín Menendez .
”Estaba con otro compañero en la Loma del
Torito. Habíamos visto la fosa cavada. Unos cuatro metros por cuatro. Tenían a
toda la gente en dos filas. No sé, eran muchas personas. Como cien. Algunos
vestidos, otros totalmente desnudos. Estaba Menéndez. El había llegado en un
(Ford) Falcon blanco. Yo lo había visto. Sabía que se venía algo grande. Y ahí
estaba, con su fusil. No lo ví disparar. Pero él dio la orden. La gente estaba
encapuchada o vendada o tenían unos anteojos…Los que no tenían nada, los que
podían ver, gritaban. Unos corrieron. Pero los mataron por la espalda. Ahí nos
rajamos con mi amigo. Estábamos cagados de miedo. Nos habíamos arrastrado hasta
arriba de la loma, pero salimos corriendo.
Después se ve que los
quemaron. Tiraron explosivos, el humo con ese olor espantoso se vino para mi
casa. Era insoportable. Mi mujer y mis hijos se quejaban. Era horrible.
Solanille contó que días después pasó por el lugar y vio que
habían tapado la fosa. “Se ve que estaba muy llena, porque sobró mucha tierra.”
También recordó cuando una perrita que tenía comenzó a llevar a la
cucha “huesos chiquitos, cabecitas muy chiquitas…” Allí se quebró. Se cubrió
los ojos con una de sus manos y sollozó: “Perdónenme abuelas, pero la perrita
traía manitos, bracitos, batitas celestes y rosas…”
Mientras leía este testimonio, apareció en mi
memoria una pintura de Goya, “Los fusilamientos del tres de mayo”.
Sentí como un vómito, la imperiosa
necesidad de un dibujo.
A pesar de que mi mano de dibujar por estos
días está fuera de combate por un esguince busqué papel, pluma tintas un carbón
…de nada sirve, ya lo sé, pero necesitaba hacerlo. Acá está.