Se llama o llamó Boris Gurruchaga, mas conocido como el
cabezón Gurruchaga, cuando lo conocí debía merodear los setenta y pico, portaba una cara
de amargo como si estuviera recordando el sabor del limón.
Fue en un bar de Primera Junta, ahí me lo presentaron, era su “ofice” donde
recalaba todas las tardes después de
gastar el día tras un escritorio en el correo.
Allí se reunía con un
grupo de seis o siete contertulios de
oficios diversos.
Invariablemente tomaba
un café con leche y dos medialunas de grasa, era su cena, repetía mientras mojaba la medialuna en el líquido.
Me parecía increíble estar frente al autor mas conocido de
habla hispana.
Nunca escribió sus ideas ni cobró derechos de autor.
Cuando recuerdo su desmesurada producción no puedo dejar de
evocar a Lope de Vega. Confiaba en la memoria de su pequeño auditorio. Hablaba en
voz baja, deslizaba sus narraciones que sin forzarlo atrapaban la atención de los
presentes.
Seguramente alguna
vez colisionaste con uno de sus relatos. En alguna sobremesa siempre hay
alguien que sin saberlo despliega una colección de sus cuentos escogidos.
Obviamente, es muy importante quién cuenta sus historias,
esto es casi como las traducciones en literatura. No es lo mismo alguien que ya
antes de empezar aclara que él no tiene gracia para contar, sería mejor que se
callara, pero el tipo insiste y no solo cuenta un cuento, generalmente son
varios y tiene la mala costumbre de explicar sus finales, adulterando en gran
parte el cuento original.
El cabezón Gurruchaga es el inventor de casi todas las historias de
borrachos que circulan en velorios o reuniones sociales. El cabezón compuso los mejores chistes verdes, donde se
aglutinan varios subgéneros, como el de cornudos, dimensiones desmesuradas del
miembro viril, vírgenes experimentadas, recién casados etc..
Otra categoría son
los zoomorfos o semifábulas donde el primer puesto lo lleva el loro, pero
también tiene con burros, conejos, elefantes.
Jaimito es una de sus
creaciones que marcaron época, inspiradas en las travesuras de su
sobrino Jaime Gurruchaga, hoy filósofo, cuyos seminarios sobre Gilles Deleuze
son paradigmáticos en el mundo académico.
El cabezón Gurruchaga se pasó la vida pergeñando estas historias que
generosamente difundía entre amigos que luego se encargaban de transmitirlas
oralmente.
Cuantas tertulias amenizó desde el total anonimato, a través
de la memoria de ocasionales contadores de cuentos.
Mientras el mundo
festejaba sus ocurrencias (varias fueron
traducidas a otros idiomas) Gurruchaga, desde las sombras asistía divertido al reconocimiento a otros cuentistas como Jorge
Luis Borges, Silvina Ocampo, Bioy Casares, Julio Cortázar, Antonio Di Benedetto,
Isidoro Blaisten, Daniel Moyano...
Es que es así, los grandes artistas, los verdaderos, esos
que todos disfrutamos, generalmente son gente secreta que nadie conoce,
ignorados por los templos del saber, circulan en la vida cotidiana, mezclados
con las facturas de gas, el carrito del supermercado, la vecina que riega sus
malvones, los canelones a la Rossini,
el vermouth antes del almuerzo.