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10.5.13

MEMORIAS DE GEORGE GROSZ



En cambio me atraía con un poder irresistible la limpia vulgaridad americana. Y como también tenía necesidad de darle una explicación, me empeñaba en ver en esa tendencia a “pintar bonito” y a endulzar la realidad de nuestra vida terrenal algo así como una recuperación enmascarada del clasicismo griego. Lo que se idealizaba era casi siempre el mundo con que soñaba el hombre medio, el hombre de la calle. Los dioses habían bajado del Olimpo, se paseaban durante el día en traje de tweed y se ponían un frac por la noche. Los sucesos más importantes de la historia tenían lugar en los famosos establecimientos nocturnos, no demasiado baratos, acompañados por la música de una orquesta de swing. Incluso los anuncios llevaban un  poco de aquel almíbar griego repartido por encima. En el fondo, esas grandes revistas ricamente ilustradas no eran más que libros de cuentos; representaban los sueños de unos diminutos pobladores de la tierra, en el fondo más bien feúchos, que padecen de mala digestión, dolencias cardíacas, cáncer de hígado, alcoholismo incurable, que soportan matrimonios desgraciados y abortos clandestinos. Desde luego, los malos sueños jamás eran plasmados en forma presentable. ¡Todo parecía salir de una limpia caja de juguetes, a veces hasta parecían juguetes esterilizados en un laboratorio!
(…) Como es lógico, sabía que aquel limpio mundo de la clase media no existía más que en la fantasía de los señores y señoras que a través de esas revistas ayudaban a vender una inmensa cantidad de mercancías, casi todas producidas con máquinas modernas. Y no obstante , aquella mentira me resultaba más simpática que la verdad, y en el fondo anhelaba también aquel mundo de cuento de hadas que se expresaba en las imágenes, aquella gente recién lavada y afeitada que nos sonreía desde nuestros sueños.
George Grosz
Un sí menor y un NO mayor
Anaya & Mario Muchnil Ed.

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