Contemplaba esas mujercitas tan carnales, tan sensuales, y casi jugando con un lápiz fui dibujando una continuación de esas fotos, como una forma de collage.
Lentamente se fueron apilando en una caja.

Solo vivimos para el instante en que admiramos el esplendor del claro de luna, la nieve, la flor del cerezo y las hojas multicolores del arce. Gozamos del día excitados por el vino, sin que nos desilusione la pobreza mirándonos fijamente a los ojos. Nos dejamos llevar- como una calabaza arrastrada por la corriente del río- sin perder el ánimo ni por un instante, esto es lo que se llama el mundo que fluye, el mundo pasajero.
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