El primer libro del que guardo memoria es el Martín Fierro, recuerdo que una vecina llamada doña Pepa nos leía esa historia que escuchábamos arrobados con mis hermanos a la hora de la siesta en el patio de mi infancia.
Los gauchos, los caballos y la pampa eran parte de mi fantasía infantil. Esto me diferenciaba de los pibes del barrio que preferían los cowboys a la hora de los juegos.
Cuando comienzo un proyecto siempre aparecen cosas que tienen que ver con el mismo, es como si una energía convocara esos pequeños aconteceres que después derivarán en mi trabajo. Una tarde encontré en el campo la osamenta de un caballo y me la traje a mi estudio, otro día descubrí un viejo ejemplar que había dibujado Rapella sobre usos y costumbres del gaucho.
Mientras tanto había comenzado a dibujar con pasteles, a recortar papeles, pegar, probar un fondo de arena, experimentar técnicas…en fin todo lo que sale cuando te posee esa especie de felicidad que significa estar en estado creativo, me olvido del encargo y me dejo llevar por el dibujo.
Fueron varios meses de trabajo fecundo, un día entrego el laburo a los editores y queda el estudio como único testimonio, como un campo donde hubo una batalla, solo resta limpiar, ordenar y dejar que se vaya el ruido del fragor del combate.
Tuve suerte porque después de que fueran publicados hice una muestra con esos dibujos en Buenos Aires y un coleccionista (esos raros especimenes que de vez en cuando aparecen) me los compró todos.
Pero ahí no terminó, tiempo después se publicaron en un libro para el cual tuve que realizar algunas viñetas a pluma y así suman cerca de 170 dibujos los que componen dicho libro editado por Alloni.
La mejor manera de mirar un pintor es copiándolo, estudiando cada detalle, observando con un lápiz en la mano. Así me acerco a Balthus, me gusta esa síntesis con que dibuja una figura, sus composiciones son austeras y exactas como un reloj.
Esto que dijo la gran Berthe Morisot sostiene lo que pienso: “Es imposible escribir cómo se pinta…las palabras como “valores”, “claroscuro”, “medios tonos”, son tan sólo garabatos impuestos al artista. Los verdaderos pintores comprenden a través del pincel.” Mas claro, echale trementina.
Un viejo maestro Zen , Yen-kuan Chi-an , dijo:”El pensamiento deliberado y el conocimiento discursivo de nada sirven; pertenecen a la familia de fantasmas; se parecen a una lámpara a plena luz del día, no alumbran nada”.
Lo artístico es el mejor ejemplo, un territorio en el cual nos internamos sin mapa ni brújula. Tal vez estas ideas son las que alientan mi trabajo, todo es posible me repito, todo es posible. La realidad se manifiesta de infinitas maneras. Cuando dibujo intento registrar eso que se mueve, lo que está afuera mío y lo que está adentro. El mundo de las formas y el mundo de los conceptos tejen esta urdimbre, después alguien querrá descifrarla, catalogarla, encasillarla, explicarla.
Hace muchos años, algunas novelas de Jack kerouac me iluminaron respecto de la montaña como un lugar de encuentro, encuentro con uno mismo y el misterio de estar vivo. Esta tarde, tal vez como rito de despedida del invierno que termina, nos acercamos a ellas.
Pocas cosas son tan imponentes como la cordillera, el silencio es espeso, descubrir un águila planeando entre las nubes es sentir el espacio en toda su dimensión, el color brillante de la nieve hace que todo se vea opaco.
Miro esas inmensas piedras que vienen de miles de años, como mensajeras enigmáticas y nuevamente el silencio se revela, es que nosotros(a fuerza de civilizados) nos cuesta bancarnos el silencio…necesitamos llenarlo de palabras, de ruidos, de pensamientos,de todo lo necesario para eludirnos. A veces siento que el desencuentro es grande.”Deberíamos hablar menos y dibujar más. “proponía Goethe, tal vez se refería a esto mismo.
Solo vivimos para el instante en que admiramos el esplendor del claro de luna, la nieve, la flor del cerezo y las hojas multicolores del arce. Gozamos del día excitados por el vino, sin que nos desilusione la pobreza mirándonos fijamente a los ojos. Nos dejamos llevar- como una calabaza arrastrada por la corriente del río- sin perder el ánimo ni por un instante, esto es lo que se llama el mundo que fluye, el mundo pasajero. Asai Ryoi Narraciones sobre el mundo efímero de las diversiones. Kyoto 1661